CoT - Despertando

I
¡Hora de jugar!

La pequeña niña de ojos rojos se acercó lenta y sigilosamente a la gran cama en la que solía dormir el Rey.

―¿Señor Rhouben? ―preguntó en voz baja, pero al no recibir respuesta, se acercó un poco más―. Debemos estar listos pronto. Ya es tarde.

Una vez más no recibió respuesta, y esto se repitió durante varios minutos, tras los cuales finalmente recibió un gruñido reclamándole que lo dejara dormir cinco minutos más, que el día anterior había sido agotador.

¡Pero ella no podía hacer eso! ¡Ella era responsable de que el joven Rey estuviera listo y a tiempo en sus actividades!

Como último recurso, se subió en la cama y se dejó caer pesadamente sobre el costado del muchacho. Poco le importaba la incómoda posición en la que había quedado, con su pequeño cuerpo extendido de izquierda a derecha sobre las costillas de su señor. El más mínimo movimiento podría hacerla caer.

―¡Señor Rhouben! ―exclamó con una gran sonrisa en su rostro―. ¡Es hora de salir a jugar!

Una corta risa proveniente del manojo de cobijas debajo de ella le hizo saber que realmente lo había conseguido: Su señor finalmente había despertado.

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II
Campanas de boda

La dama de negro recorre el castillo de Bulan, haciendo gala de su “omnipresencia silenciosa”, como suelen llamarle los sirvientes, quienes ya se han llevado más de un susto con sus sorpresivas apariciones.

Es un día importante para la joven princesa, así que debe levantarse pronto. Los preparativos siempre demoran demasiado tiempo…

Como es su costumbre, la mujer abre silenciosa y delicadamente la puerta de la habitación e ingresa en ella con paso seguro, como si aquellos fueran sus dominios. No teme tropezar o caer mientras se acerca lentamente a la cama de quien ha sido como su hija durante los últimos diecinueve años. Siempre ha conocido bien el camino que la lleva hasta ella.

Se sienta a la orilla de la cama y con una de sus manos acaricia suavemente el rostro que recuerda perfectamente, aunque no pueda verlo. Retira con delicadeza un mechón rojo que se encuentra fuera de lugar y solo entonces le habla con un tono dulce y maternal:

―Buenos días, señorita. Es hora de levantarse.

No puede verla, es cierto, pero conoce sus movimientos a la perfección. Puede imaginarla sonriendo ligeramente para después abrir sus ojos azules y comenzar a incorporarse.

―Buenos días, Caliope querida.

Sin embargo, en esa mañana en especial, su querida niña hace un movimiento inesperado: sus brazos la rodean en un cálido abrazo.

¿Un movimiento impulsivo? ¿Un acto reflejo?

En todo caso, se trata más bien de una certeza: En ese día en especial, ella es para Daina la madre que no llegó a conocer.

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III
De vuelta en casa

La morena había recorrido todo el segundo piso de la casa sin éxito. No había rastro del chico por ningún lado.

―Pedazo de idiota… ―refunfuñaba de mala gana, mientras bajaba las escaleras. ¿Cómo no se le había ocurrido antes?

Era más que obvio, ¿no? Después de una noche de fiesta en la playa, si es que a alguna hora regresaba a casa, Alden ni siquiera se molestaba en subir a su habitación. Acostumbraba dormir en uno de los sillones de la sala, aunque estuviera plenamente convencido de que la posición no favorecía en nada a su espalda.

Efectivamente, lo encontró acostado boca arriba en el sofá de la sala, con un par de botellas de cerveza vacías sobre la mesa de centro. Si su madre llegaba a verlas, se llevaría una reprimenda mucho mayor que cualquiera que ella misma pudiera darle.

Nunca había sido muy delicada a la hora de despertarlo, y esta vez no sería la excepción. Él había despreciado la idea de darle suficiente paciencia en virtud de brindarle otros atributos, así que era culpa de él por haberla creado así. Si hubiera querido algo distinto, lo hubiera pedido en el momento en que tuvo oportunidad.

Ahora no había forma en que pudiera cambiarla…

―¡Despierta de una vez, idiota! ―le gritó al tiempo que le daba un fuerte codazo en el estómago.

Lógicamente, aquel movimiento sirvió para despertarlo de una sola vez, al obligarlo a batallar por respirar normalmente. La mirada de reproche en los ojos verdiazules del muchacho era un gesto curioso; no sabía exactamente a qué venía, cuando él mismo se lo había buscado.

―Dijiste que mantendrías tus sesiones de entrenamiento aunque estuvieras de vacaciones en casa ―se alzó de hombros, justificándose, aunque en realidad no creía que fuera necesario―. Y ya es tarde, así que levántate de una vez… Y si la próxima vez no quieres otro golpe, levántate cuando debes o cómprate un despertador ―dio media vuelta, dirigiéndose hacia la puerta de la casa―. Te espero afuera en cinco minutos, y sabes que no me gusta esperar.

Salió de la casa dando un fuerte portazo. ¡Ay de él si no lo veía salir en el tiempo que había establecido!

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IV
Por una sonrisa

La pequeña Kaya subía las escaleras de su casa con todo el cuidado del mundo. No quería derramar aún más del jugo de naranja que llevaba en un vaso sobre una pequeña bandeja. Sin embargo, parecía que el universo se empeñaba en que las cosas no salieran como ella esperaba: Para el momento en que alcanzó el segundo piso, el contenido del vaso ya iba por la mitad, la servilleta estaba empapada, y era probable que el plato se sintiera pegajoso por la miel.

Sin embargo, no pensaba detenerse. Sabía que Keegan no la estaba pasando bien y ella quería hacer algo especial para alegrarlo un poco.

Llegó a la habitación del muchacho y colocó la bandeja sobre su escritorio para después correr hasta su cama.

―¡Buenos días, hemanito! ―exclamó felizmente―. ¡Mira, preparé el desayuno!

Sus palabras hicieron que el joven se levantara casi de golpe y la mirara con un ligero gesto de preocupación, que posteriormente se convirtió en una pequeña sonrisa.

Lo vio levantarse a buscar un pañuelo, el cual humedeció un poco para remover un poco de hollín de su rostro. Posteriormente, lo sintió retirar unas cuantas migajas que habían quedado enredadas en su cabello bicolor.

―Lista ―dijo el muchacho, y le regaló una gran sonrisa, la primera realmente alegre que le daba en las últimas semanas―. Ahora ven, Kaya. Vamos a probar lo que preparaste para mí.

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V
Día de las madres

Aquella era una especie de tradición que habían desarrollado a través de los años para esa fecha… Una costumbre que la pequeña había adquirido cuando, por insistencia, había logrado que su protegida le enseñara cómo preparar una comida sencilla haciendo el menor desorden posible.

A partir de entonces, cada año para la celebración del día que se dedicaba a las madres, la pequeña de lentes cuadrados y cabello bicolor se levantaba muy temprano para prepararle algo especial a la chica que había sido como una madre para ella.

“Nunca te sobrepases con las raciones de aceite, azúcar o sal… Siempre recuerda limpiar tus herramientas y lugar de trabajo cuando termines de utilizarlos… Para llevar un refresco mejor no lo lleves en la bandeja. Siempre es mejor hacer dos viajes, así evitas hacer tiraderos que después, de todas maneras, vas a tener que limpiar”. Había memorizado la explicación de la chica, y podía repetirla como si fuera suya. Siempre lo hacía mientras preparaba la comida y la bandeja, y se aseguraba de que todo hubiera quedado a la perfección.

Tal como le habían enseñado, hizo más de un viaje hasta el segundo piso hasta que todo hubiera quedado acomodado. Sin embargo, en lugar de despertar inmediatamente a la chica, bajó una vez más y salió de la casa para recoger unas cuantas flores del jardín que mantenían.

Formó un pequeño ramo con las mejores flores que pudo conseguir y volvió a dirigirse hacia el segundo piso. Una vez en la habitación, utilizó algunas para adornar los rizos de la chica y el resto las colocó junto a ella, para que fueran lo primero que viera al despertar.

―Buenos días, Sarina ―dijo suavemente y le dio un pequeño beso en la mejilla―. Feliz día.

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VI
Backfire

Nadie había preparado a Zadkiel para criar a un chico; menos a uno que a pesar del paso de casi un siglo, seguía estancado en la adolescencia perpetua.

Pero eso no era problema del chiquillo; tampoco el que el viejo pasara cansado por el nuevo proyecto que se traía entre manos con aquel grupo de alumnos a los que él mismo había rechazado… y con el que, dicho sea de paso, la criatura a la que había criado no estaba para nada contenta. Le preocupaba mucho el tono cobrizo que comenzaba a hacerse plenamente visible en el cabello del hombre.

Sin embargo, aquel era un día importante para el chico, y suponía que también lo sería para el viejo… Al menos hasta el momento en que lo encontró dormido sobre el sofá de la sala.

―Zad… ¡Oh, vamos, Zadkiel! ¡Prometiste que iríamos a ver a la abuela hoy!

Pero el mayor no le prestó atención. Dio media vuelta y siguió durmiendo tranquilo.

―Zadkiel…

Como era típico de sus rabietas, la joven nutria hizo amago de todo su poder para acumular una gran cantidad de agua a su alrededor, la cual lanzó inmediatamente sobre el hombre.

Sin embargo, en cuestión de segundos, era él quien estaba empapado de pies a cabeza. En un rápido movimiento, el viejo había levantado una de sus manos y logró devolver el ataque del menor.

―Te conozco, Acamar. Era muy obvio lo que harías ―dijo el mayor aperezado, en lo que se levantaba y estiraba un poco sus brazos y espalda―. Anda a cambiarte esa ropa mojada. No querrás que Xameli te encuentre así, ¿cierto?

Acamar frunció el ceño y se dirigió hacia su habitación con el paso pesado y firme que lo caracterizaba cuando estaba enojado. El fuerte portazo que siguió anunció cuando finalmente se encerró en su cuarto.

A pesar del paso de los años, aún no era capaz de vencer a Zadkiel en aquel juego.

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VII
Ángel guardián

Su trabajo siempre ha sido velar por ella. Desde el momento en que abrió los ojos y vio a aquella niña pequeña y frágil, siendo atacada a gritos y palabras fuertes por su madre, se había dedicado a protegerla.

Hace mucho que su pequeña protegida dejó de ser una niña, pero su intención de cuidar de ella sigue siendo tan firme como el primer día; más aún sabiendo todo lo que ha tenido que sufrir.

Mientras él lee algún volumen de un libro, Eleonor duerme profundamente. Puede percibir lo apacible en su respiración, y eso lo hace sentirse en calma. Si ella está bien, él también lo está.

Sin embargo, hay ocasiones como esta en las que entre sueños, la mujer da un respingo y se remueve incómoda… alguna pesadilla, o posiblemente un recuerdo. Siempre que pasa eso, lo hace sentir inquieto; como si esperara que algo o alguien fuera a aparecer detrás de la pared en cualquier momento.

Entonces toma otro libro, el que acostumbra leer para ella cada vez que tiene una crisis, y ella suele decir que le ayuda tanto. Lee un pasaje, siempre el mismo, en voz alta, y percibe cómo poco a poco la mujer se tranquiliza una vez más. Eso ayuda a que él haga lo mismo.

―Kennard… ―la escucha decir débilmente poco después. Esa es la señal de que finalmente ha despertado―… gracias.

Como siempre, se limita a regalarle la mejor de sus sonrisas.

―No tiene que agradecer, señorita. Estoy para servirle.

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VIII
Por ella

En aquel pequeño departamento siempre se había respirado un aire de libertad al que el chico estaba más que acostumbrado, aunque no podía afirmar que le gustara. Podía entrar y salir como quisiera. Es más, aunque tenía su propia llave de la puerta principal, él tenía la costumbre de subir por una escalera de emergencia y colarse por una ventana del apartamento, que permanecía siempre abierta.

Jamás pensaría en no regresar. Él dependía de ella, y ella en cierta forma también dependía de él. Tal vez no podía pelear por ella, ni defenderla como haría una galatea de batalla, pero el solo hecho de pasar un rato juntos haciendo algo trivial, o verla sonreírle como haría una amiga de cualquier chico común, era suficiente para hacerlo sentir que estaba cumpliendo con el propósito para el que fue construido: Él existía para ser el pequeño protegido de Anoushka, pero también para cuidar de ella como nadie más podía hacerlo.

Con el paso de los años había llegado a conocer las pequeñas manías de la mujer. Una de ellas era quedarse dormida en uno de los sofás de la sala cuando llegaba a casa muy tarde en la noche o excesivamente temprano en la madrugada… o simplemente cuando a pesar de llegar temprano a casa, le pedía que saliera y la dejara sola. Últimamente aquello sucedía cada vez más seguido y eso le preocupaba, porque la chica amanecía con fuertes dolores de cabeza y sin energía para las actividades que solían realizar juntos.

¡Y ahí estaba otra vez! ¡Tirada en el sillón como si se tratara de una muñeca de trapo!

¡Detestaba sentir que ella lo subestimaba! Sabía muy bien que algo pasaba. Siempre se había preciado de ser un chico listo… y el aroma de las grandes cantidades de alcohol era difícil de disimular, de todas formas.

―'Noushka…

No podía evitar preocuparse por ella. Él había sido creado para cuidarla, y eso era lo que haría.

La acomodó en el sillón y se sentó en el suelo aa su lado, preparado para el momento en que se moviera e intentara abrir los ojos.

―Buenos días, 'Noushka ―entonces, le extendería el vaso con agua y las dos aspirinas―. Tómate esto. Te ayudará a sentir mejor.

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IX
Sorpresas

Varia veces había escuchado a los eufímeros decir que la vida da muchas sorpresas. Él no lo había pensado así hasta que conoció a Maiara.

Por ella había estado dispuesto a abandonar los bosques que por tanto tiempo habían sido protegidos por los suyos; había prometido dedicar el resto de su vida a proteger a una persona… ¡Por ella había peleado contra un alkat y lo había vencido, incluso si aquello no era una habilidad propia de los de su casta!

La chica era completamente distinta de los eufímeros que había visto hasta entonces; tal vez por eso había llamado su atención. Su aire siempre taciturno, serio y solemne; su incapacidad para percibir el peligro mientras se sentaba bajo la sombra de un árbol a leer un libro que se notaba grande y pesado… Quizá se parecía demasiado a él como para poder ignorarlo.

A veces la chica tenía problemas para conciliar el sueño durante las noches. Entonces, él le permitía acostarse sobre su lomo y ahí finalmente lograba acallar los demonios en su cabeza. Después, la dejaba en su cama y desaparecía durante el resto de la noche.

Las mañanas no solían ser mayor problema. Usualmente cuando la buscaba, ella ya estaba completamente lista.

A veces se preguntaba si no se despertaría inmediatamente después de haberla dejado en su habitación, pues realmente parecía haber despertado varias horas antes, por la forma en que la encontraba ya vestida, sentada en su escritorio leyendo y tomando apuntes sobre su lectura.

―Buenos días, Armel ―le decía entonces, sin separar la vista de su libro―. ¿Puedes traerme una manzana? Tengo algo de hambre.

Y él simplemente salía en busca de la fruta solicitada, preguntándose aún cómo después de tanto tiempo un pequeño encuentro con una adolescente lo había hecho comprender que, efectivamente, la vida podía llegar a sorprender.