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CR- Vida, muerte y renacer de una alquimista

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Vida, muerte y renacer de una alquimista

Alquimia. No era precisamente una ciencia. De hecho, para muchas personas era una disciplina obsoleta, una versión muy primitiva de las ciencias que habían conformado la tecnología sobre la cual se sentaron las bases de la actual Gaia.

Sin embargo, al igual que en épocas antiguas, la gente respetaba profundamente aquello que no podía explicar y a quienes tenían control sobre esas fuerzas.

En Gaia, la alquimia siempre había sido dominio de la familia Ward. Por generaciones, todos los miembros de esa familia se habían dedicado a realizar trabajos y experimentos utilizando la alquimia en distintas ramas. Siempre habían estado cubiertos por un velo de misterio y por eso se ganaron el respeto de los habitantes humanos de Gaia.

Los alquimistas solían vivir en casas modestas, alejadas del centro de las ciudades. Si alguien los necesitaba, debía salir a buscarlos a la periferia, pues ellos no viajaban a las grandes ciudades a no ser que hubiera un motivo muy importante para hacerlo.

La casa de la rama principal era la más pequeña, antigua y alejada de todas. Eso extrañaba a la mayor parte de la gente, pues sabían que los Ward tenían recursos económicos de sobra. Pero nadie, salvo los alquimistas, sabía que la mayor parte de esos recursos estaba destinada a los grandes laboratorios subterráneos que construían bajo sus casas para realizar sus experimentos. El de la rama principal del clan era el más grande y mejor equipado de todos.

Por esa y varias otras razones, Ward era un apellido famoso y temido. Nadie sabía exactamente qué era lo que hacían o cómo, y no importaba, siempre que lograran mejorar de alguna forma la calidad de vida de la gente.

Al mismo tiempo, desde muy corta edad, todos los miembros del clan desarrollaban un porte de seriedad y un bagaje de conocimiento que pasmaba a cualquiera que intentara mantener una conversación con ellos.

Así, no era sencillo convertirse en un miembro de la familia Ward por matrimonio. No era cualquiera quien lograba captar la atención de uno de ellos. Muchos decían que la rama principal del clan ponía a prueba a los candidatos para decidir quién valía la pena o no para conformar un matrimonio que resultara productivo.

Durante los últimos veinte años, la rama principal de la familia era encabezada por Arik Ward, su esposa Deirdre y la única hija de ambos, Desdemona.

Arik Ward creía fervientemente en la alquimia con fines médicos. Desde muy joven se había dedicado exclusivamente al desarrollo de medicamentos para tratar distintas dolencias y a una experimentación mucho más extensiva en la búsqueda de la panacea universal (la cura de todas las enfermedades existentes). No era extraño que hubiera decidido convertir a Deirdre en su esposa poco tiempo después de conocerla: La mujer era una joven promesa de la medicina moderna y los estudios de ambos se complementaban mutuamente.

Como dictaban las costumbres de los aquimistas, se casaron sin mayor celebración, en una ceremonia privada a la que asistió solo un testigo por cada uno de ellos. Se casaron una tormentosa tarde de setiembre. A la mañana siguiente, ambos retomaron sus actividades normales.

Los Ward no tenían la costumbre de ser afectivamente demostrativos. Se les consideraba seres fríos, incapaces siquiera de entender el significado de gran parte de las emociones humanas. Sin embargo, nadie parecía capaz de dudar de la devoción que Arik profesaba a su esposa.

Aunque no fuera capaz de describirlo con palabras, la amaba, y no pocas veces había demostrado que sería capaz de cualquier cosa por ella. Eso incluía abandonar el laboratorio por un día completo para dedicar su tiempo simplemente a estar con Deirdre, aunque el plan fuera hacer nada en específico.

Cinco años más tarde, una noche de principios de marzo, nació Desdemona. La niña curiosamente había resultado ser un balance entre las características de ambos padres: pelirroja como su madre, pero con los inexpresivos ojos azules que solían caracterizar a los Ward. Usualmente los hijos de los alquimistas solían tener rasgos físicos que los unían más con el lado de los Ward, que con la familia del otro progenitor.

"Una legítima hija de la tierra", había concedido su padre al tomarla entre sus brazos, ya que en el momento preciso de su nacimiento, la misma tierra se había estremecido desde sus cimientos. Así, acabó convirtiéndose en su elemento de nacimiento; aquel sobre el que tendría control sin necesidad de mayor fuerza o estudio.

Esa era otra de las cosas extrañas que tenían los alquimistas. Creían estar conectados con un elemento desde su nacimiento, y este era determinante de sus habilidades y también de sus debilidades.

Desdemona Ward sería una alquimista de tierra, el elemento de la fuerza y la estabilidad.

¡Qué irónico que fueran precisamente esas características de su elemento natal las que la abandonaran más adelante en su vida!

Durante los primeros años de su vida, Desdemona creció como cualquier otro miembro de su familia. Aprendió a leer y escribir desde mucho antes que la edad a la que los niños humanos ingresaban a la escuela y poco después de haber aprendido a hablar, ya lo hacía con la seriedad y propiedad de un adulto.

Como era característico entre los alquimistas, nunca asistió a la escuela. Toda su educación la recibió en casa, pues su familia no podía darse el lujo de que su proceso de aprendizaje fuera lento, mucho menos si ella sería la próxima cabeza del clan.

De esa manera, su contacto humano se reducía a los miembros de su familia y las visitas esporádicas que sus padres recibían, que usualmente llegaban a pedir o pagar favores. Sin embargo, Desdemona nunca necesitó más que eso. En su casa era una reina. Sus padres le propinaban todo tipo de atenciones; la educaban estrictamente, pero a nivel de excelencia (se aseguraron de que nadie pudiera competir con ella) y le brindaban lo que necesitara para sus experimentos alquímicos.

Con Deirdre siempre se había sentido segura y protegida. Tal vez por el hecho de no ser una Ward de sangre, su madre era un tanto más... humana. De ella había aprendido lo que significaba una sonrisa y un abrazo. También había aprendido lo que era el dolor, el miedo y la enfermedad, pero que si ella estaba cerca, con un abrazo y un dulce, todo lo malo desaparecía.

–Eres una Ward, Desdemona –le solía decir en esos momentos, cuando su rostro se bañaba en lágrimas y huía a su habitación, escapando de la mirada de su padre. Su madre siempre la seguía y se sentaba a su lado en la cama–. Pero también eres una niña. Tienes derecho a llorar y reír como todos los demás. –Entonces le secaba las lágrimas con sus dedos y le ofrecía un dulce–. Ahora toma, y no llores más. Y recuerda... Este es nuestro pequeño secreto –y con un guiño, se iba y la dejaba sola para disfrutar de aquel dulce.

Su pequeño secreto... Su madre no hablaría de las lágrimas que había derramado y ella no hablaría de los abrazos y los dulces. Su padre no lo habría aprobado. Era una muestra de debilidad, y la cabeza del clan no podía permitirse lucir débil.

Arik era un caso... especial. A pesar de lo frío que podía ser, Desdemona sabía que estaba orgulloso de ella y celebraba sus logros como si fueran propios.

A su hija le habría gustado que fuera más como su madre, pero nunca había sido capaz de reprochárselo. Era un Ward, después de todo. Los Ward eran fríos por naturaleza y él era el vivo ejemplo de eso.

Sin embargo, ciertas noches cuando dormía sin caer aún en un sueño profundo, o cuando enfermaba y la fiebre la sumía en un letargo intranquilo, eran los momentos en que lo sentía aparecer. Entraba silenciosamente en su habitación, depositaba un suave beso en su frente, y desaparecía como una sombra.

Esos eran los pocos momentos en los que Arik Ward se permitía ser humano frente a su hija; y Desdemona atesoraba cada uno de ellos, pues sabía lo difícil que era conseguirlos, por más breves que fueran.

Podría resultar extraño para cualquiera, pero eso era todo lo que la chica necesitaba para ser feliz con su familia.

No obstante, las cosas comenzaron a cambiar poco después de que cumpliera los dieciséis años.

El usual silencio que rodeaba la llamada "Villa de los Alquimistas" se rompía con lastimeros gritos y aullidos de dolor. Nadie, ni siquiera los mismos alquimistas, sabía de qué se trataba. Tampoco había alguien que se atreviera a preguntar.

Los gritos provenían de la casa de la cabeza de la familia.

En el laboratorio subterráneo de aquella casa, Arik Ward mantenía a su única hija sujeta con correas de cuero a un mueble parecido a una camilla de hospital. Inyectaba distintas sustancias directamente dentro de sus venas, varias de las cuales ya se habían reventado por el esfuerzo, dejando largas manchas moradas a lo largo de sus brazos. Deirdre se limitaba a permanecer al lado de su hija, supervisando que no fuera a desestabilizarse.

–Padre... Por favor... ¡Lo prometiste!

A pesar de sus ruegos y reclamos, una nueva aguja le atravesaba el brazo derecho, haciéndola soltar otro aullido doloroso, hasta que el dolor llegaba a ser tal que se sumergía en la inconsciencia para dejar de sentirlo. Solo entonces su padre desistía y su madre se veía en libertad de cargarla hasta su habitación, donde se encargaba de cuidar de ella hasta que se sintiera mejor.

Mientras tanto, Arik permanecía en el laboratorio realizando anotaciones sobre el resultado del experimento, las posibles causas del fallo, y las nuevas fórmulas que probaría en la siguiente ocasión.

El experimento... Durante el último año, el líder de los alquimistas se había obsesionado completamente con la teoría de que la transmutación de ciertos elementos en combinación con la sangre humana resultaba en la creación de un ser humano perfecto.

Su ser humano perfecto era inmune a la enfermedad, tenía un amplio umbral de resistencia al dolor y, por tanto, era menos propenso a la muerte.

Ese era el mejor regalo que podía hacerle a su hija; darle la oportunidad de ser perfecta, de perdurar más allá del resto de su familia.

Desdemona no sabía por qué lo hacía. Lo único de lo que estaba cien por ciento segura al despertar era de que su padre la había traicionado. Le había hecho una promesa y no la había cumplido.

Se suponía que las promesas de los Ward eran sagradas. Él mismo se lo había inculcado: Si hacía una promesa, tenía que cumplirla.

¿Por qué entonces no cumplía la suya? Había prometido que si no funcionaba la primera vez, no la lastimaría más... y este era el sexto intento en dos meses.

Su madre no podía hacer otra cosa que decirle que su padre sabía lo que hacía, que debía ser paciente con él... ¡Pero ya le había tenido paciencia por dos meses! Era tiempo suficiente para que concluyera que su experimento no estaba funcionando ni lo haría. Si no se detenía ahora, acabaría asesinándola.

Deirdre la entendía, o al menos eso decía. Prometió que hablaría con él al respecto, pero Desdemona ya no confiaba en sus padres. Ambos la habían traicionado.

Al menos su madre cumplió la promesa que le había hecho, y obligó a su padre a ser fiel a las suyas. Durante los siguientes cuatro años, Arik dejó de lado su investigación sobre el ser humano perfecto y Desdemona pudo volver a su vida "normal" (tan normal como podía ser según sus condiciones).

Entonces llegó la enfermedad. Apareció tan rápido y con tal fuerza que se llevó a gran parte de la población en poco tiempo; además, mantuvo ocupados a todos los que estaban relacionados de alguna forma con la medicina, incluyendo a Arik y Deirdre Ward.

Desdemona Ward enfermó poco después de cumplir los veinte años. Aquel fue un golpe devastador para sus padres, quienes ya habían visto a muchas personas morir por esa enfermedad. También fue el motor que impulsó a Arik Ward a retomar su investigación mientras su hija permaneciera con vida.

Esta vez no tuvo misericordia con ella, y Deirdre tampoco se lo permitió. Así, los experimentos, el dolor y los gritos se convirtieron en algo de todos los días.

Los resultados del experimento no eran los esperados, pero al menos los síntomas desaparecían por completo durante algunas horas, aunque a costa del dolor de Desdemona. Las sustancias que le inyectaban eran cada vez más fuertes y hacían arder la sangre, como si se quemara por dentro, a pesar de que el único efecto que tenían era acelerar su pulso por unos minutos, tras los cuales volvía a la normalidad.

Finalmente, cuando caía inconsciente, Arik volvía a sus anotaciones, mientras Deirdre la llevaba hasta su habitación y la dejaba sola. No soportaba la mirada que le daba su hija cuando despertaba. Sabía que le reprochaba no hacer algo al respecto. ¡Pero no quería entender que lo hacían para mantenerla con vida! Aquel experimento era lo único que había probado tener algún resultado.

No sabía que Desdemona resentía aún más esa actitud suya que el experimento mismo. Su padre la había traicionado mucho tiempo atrás, pero ella... nunca lo habría esperado de ella.

Mas no había algo que ella pudiera hacer. Su hija la detestaba y ya no podía soportar ver esos ojos azules llenos de reproches hacia ella. Era mejor dejarla sola. Tal vez algún día lo entendería... o tal vez no.

El experimento continuó sin descanso durante todos los días de los siguientes tres años. Para los Ward aquello ya era al menos una mediana parte de su éxito: ¡Habían logrado controlar los síntomas por tres años! ¡Ningún paciente había sobrevivido tanto tiempo!

Ambos sabían que su hija era fuerte (esa fue una de las principales razones por las que Arik decidió iniciar su investigación con ella) y se los estaba demostrando. No solo estaba combatiendo la enfermedad, sino que había soportado relativamente bien el experimento.

Eso impulsó a su padre a querer probar una última fórmula antes de desistir de la idea de que existiera una mezcla de sustancias que crearan al ser humano perfecto. Deirdre intentó disuadirlo por todos los medios posibles: ¡Aquella mezcla era una potencial asesina! ¡Acabaría con todo lo que habían conseguido hasta entonces!

Pero él no quiso escucharla. Esa fría noche de octubre ató a su hija a la camilla del laboratorio, mientras esta miraba asustada cómo acercaba a su brazo una jeringa rellena con un líquido verde oscuro. No era necesario ser experto en Medicina para saber que era demasiado espeso para que sus venas lo soportaran.

–No... Padre, por favor no... Déjalo así.

Nuevamente los gritos adoloridos llenaron la Villa de los Alquimistas y sus alrededores.

Desdemona Ward se retorcía de dolor en la camilla, mientras aquel líquido verde batallaba por abrirse paso entre sus venas.

Todo su brazo derecho se tiñó de morado... Demasiado espeso. La estaba destruyendo por dentro.

Su pulso se aceleró. Podía sentir su corazón bombeando rápidamente, como si intentara defenderse de la sustancia invasora, tratando de protegerla. Su respiración agitada comenzaba a cortarse. Se volvió hacia su madre en busca de ayuda; musitó unas palabras incomprensibles hacia ella y después...

Nada.

El cuerpo yacía sobre la cama. Los ojos abiertos y ausentes aún clavados en la mujer que hacía veintitrés años le había dado la vida. Ninguna señal de movimiento, ni una leve respiración...

Muerta.

–A...rik –susurró la mujer, asustada–. Está...

–No digas tonterías, Deirdre –respondió el hombre, con la seriedad que siempre lo había caracterizado–. Pronto se levantará otra vez, como siempre. Desdemona es fuerte. Es una Ward, después de todo. Llévala a su habitación. Estará bien.


Ella insistió. Su hija ya no estaba ahí. Estaba muerta. No podía sentir su pulso... La habían asesinado.

Fue entonces que él también cayó en cuenta de ello. Los ojos ausentes le reprochaban una y otra vez que no la había salvado, que había incumplido su promesa de no lastimarla.

Muerta.

Comenzó a tratar de resucitarla. ¡No podía ser posible! Ella era fuerte... Era una Ward... Era su hija. ¡No pudo haberla matado!

Soltó un respiro entre sus labios; dos, tres... No hubo respuesta.

Muerta.

Presionó con más fuerza sobre su pecho; le dio dos respiraciones más...

Seguía fría, ausente...

Muerta.

Finalmente, Deirdre lo detuvo, abrazándose a él. Ya había pasado mucho tiempo. No podían traerla de vuelta.

Se alejó de su hija finalmente, incapaz de creer aún que hubiera acabado con su vida al intentar salvarla. Abrazó a su esposa fuertemente, como no había hecho en muchos años. Besó su frente y se disculpó por no haberla escuchado.

Deirdre ni siquiera se inmutó, hasta que lo sintió estremecerse entre sus brazos: Arik Ward estaba siendo humano.

Aquello era un acontecimiento que ni siquiera ella había tenido la oportunidad de ver normalmente, así que le permitió desahogarse. Sabía lo mucho que significaba Desdemona para él, aunque nunca lo hubiera demostrado abiertamente. Estaba segura de que en el fondo debía estar sufriendo mucho.

Alrededor de quince minutos después, cuando estaban apunto de abandonar el laboratorio, percibieron un movimiento violento proveniente de la camilla, seguido por un agudo chillido similar al de un gato asustado.

Desdemona rompía las ataduras que la mantenían sujeta y se levantaba con dificultad, tambaleándose desorientada hacia un rincón de la habitación. Se sentó en aquella esquina, recogiendo sus rodillas contra su pecho y mirando asustada a su alrededor.

Cada vez que su padre intentaba acercársele, volvía a emitir aquel agudo chillido y lo atacaba con uñas y dientes. Sin embargo, en cuanto su madre se aproximó, extendió sus brazos hacia ella, como cuando era pequeña y le pedía que la cargara. Apenas la mujer accedió a su pedido, la abrazó con una fuerza que Deirdre nunca antes había percibido en ella.

No podía asegurar que esa chica fuera su hija.

Arik, por su parte, no estaba dispuesto a perderla de nuevo. Aprovechó que su esposa la estaba distrayendo para marcar en su piel, a punta de cuchilla, los símbolos que denotaban su pertenencia a la tierra. Así, con sangre y tinta, quedó marcado en su cuerpo el símbolo que lo reunía con su alma, esta vez para siempre.

El precio nunca pareció ser demasiado, a pesar del dolor: A partir de ese día, una extensa cicatriz atravesaba su ojo derecho, desde la ceja hasta la mitad de su mejilla. Una marca permanente a cambio de una marca permanente.

La asustada chica había tomado uno de sus bisturíes y le había propinado una herida que, si su esposa no hubiera estado ahí para detenerla, habría sido capaz de cegarlo.

No era su hija.

Apenas se durmió, Deirdre la llevó a su habitación, como acostumbraba. Para la mañana siguiente, volvía a ser la misma chica seria, callada y retraída que conocían.

Sin embargo, bastaba que su padre intentara hacer una revisión de cómo iba evolucionando para que volviera a producir el sonido similar a un gato asustado y su personalidad cambiara por completo. Nuevamente se volvía contra él e intentaba atacarlo.

Parecía que únicamente la madre había encontrado una manera de acercarse a ella en ese estado. ¡Hasta se había encariñado con ella y le dio un nombre para distinguirla!

Kimi.

Su "pequeño" secreto, tan secreto que ni la misma Desdemona parecía saber respecto a ella. Aparecía en los momentos en los que se sentía amenazada y desaparecía en el momento en que se dormía.

Parecía ser una niña pequeña, tanto en sus acciones como en su forma de hablar (cuando finalmente decidió hablar, lo hizo para acusar a su padre de querer lastimar a Desdemona). A pesar de ser incapaz de utilizar la alquimia, tenía más fuerza de la que la chica tuviera antes de su aparición. Pero lo más importante fue que a partir de su llegada, la enfermedad desapareció por completo y nunca más volvió a enfermar.

¿Sería ese el exitoso resultado del experimento del jefe de los alquimistas?

No podía saberlo.

No dejaba que estuviera siquiera a un par de pasos de distancia sin atacarlo.

Un fallo en el experimento...

Aquello era inconcebible para Arik Ward. Estaba dispuesto a darle fin, como había hecho con tantos otros experimentos fallidos, pero Deirdre no se lo permitió. Ella abogaba porque, lo que quiera que Kimi fuera, seguía siendo su hija. Desdemona seguía ahí. ¡No podía simplemente dejarla morir porque las cosas no habían salido como esperaba!

Y para nadie era un secreto que la debilidad del líder de los Ward era su esposa...

La quimera que había creado sobreviviría, pero debía demostrar que podía ser útil a la familia. ¿Cómo? A través del propósito para el que había sido creada en primer lugar: Proteger a Desdemona y, con ello, salvaguardar y proteger toda la información acerca de lo que había sucedido en el laboratorio aquella noche de octubre.

Teniendo en cuenta que la chica no escuchaba a nadie que no fuera su madre, fue ella quien le enseñó cuándo debía manifestarse y cuándo y a quiénes debía atacar.

Ahora que la guerra y la enfermedad habían diezmado gran parte de la población y los recursos, los cazadores furtivos se entretenían atacando poblaciones enteras en busca de especímenes extraños y humanos con características especiales por quienes pagaban muy bien en el mercado negro. La Villa de los Alquimistas se había convertido en uno de sus blancos favoritos.

Los Ward supieron resistir bien a los embates de los cazadores, pero en un periodo de un año su número se había reducido considerablemente.

El cabeza de la familia decidió que la mejor opción para salvaguardar la seguridad de los alquimistas restantes era emigrar, aunque muchos no estuvieran de acuerdo. Abandonar la Villa para muchos de ellos significaba dejar el único lugar en el que habían logrado arraigarse, así como las investigaciones que les había tomado años desarrollar.

La noche de la salida, el ambiente era lúgubre y pesado entre los miembros del clan Ward. Todos caminaban lentamente, atravesando los bosques que rodeaban la Villa.

Entonces aparecieron aquellas horribles criaturas: Wendigos.

Los Ward estaban familiarizados con ellos: Eran quimeras, resultados de experimentos fallidos, que habían logrado escapar a los bosques. Estaban dotados con una inteligencia poco común entre otras creaciones.

Potenciales asesinos con solo tenerlos cerca, los Wendigos se lanzaron contra el grupo de alquimistas, barriendo en cuestión de segundos con los que no tuvieron la suerte de usar sus habilidades para defenderse... y separando a los demás en direcciones distintas.

En cuestión de segundos, Desdemona se encontraba sola, separada de sus familiares, y huyendo a través del bosque sin dirección definida. Un grupo de Wendigos corría tras ella, y aunque usaba la tierra para defenderse lo mejor que podía, perdía mucho tiempo al detenerse para poder realizar todos los pasos de una transmutación.

En pocos minutos la tenían rodeada.

Se había deshecho de varios en el camino, pero seguían siendo demasiados para acabar con ellos sola. Además, su energía no era eterna, y su cuerpo resentía el cansancio y la falta de aliento después de tanto correr.

Las heridas no tardaron en llegar, profundas y dolorosas como una quemadura con ácido. La modrida o el rasguño de un Wendigo podían degradar fácilmente los tejidos y era difícil regenerarlos, incluso si la persona o criatura que atacaban tenía una capacidad de regeneración muy desarrollada.

No podía escapar.

Fue entonces cuando perdió noción de sí misma... El momento justo en el que aparecía Kimi para responder por ella, como había hecho durante el último año.

Con uñas, dientes y cualquier otro objeto que llegara a sus manos, se hizo de armas suficientes para poder abrirse paso entre sus perseguidores y seguir con su camino.

Estaba asustada. Nunca antes había salido de su casa; nunca antes había estado sola.

¡Quería encontrar a su madre, pero no sabía dónde estaba! Todo estaba muy oscuro y solo podía ver árboles a su alrededor.

Escuchaba aullidos y gritos de dolor a la distancia, pero no veía a nadie.

Su corazón latía con fuerza, mientras seguía internándose en aquel bosque.

Un lugar seguro... Su madre siempre le había dicho que cuando estuviera en peligro, buscara un lugar seguro y ella iría a encontrarla ahí. Entonces corrió, buscando aquel sitio que le había dicho.

Lo encontró después de mucho tiempo de correr; al final de aquel bosque, escondido entre los árboles.

El edificio que se convertiría en el hogar del que no podría escapar.

Centra-Rifugxo.
NOTA IMPORTANTE: FAVOR LEER SEGUIDO Y CON TIEMPO, QUE LA HISTORIA NO SE DISFRUTA TANTO SI SE LEE A PEDAZOS

¡Hola!

Aquí vengo yo con la primera historia larga que he escrito desde hace siglos (pasar de escribir una a cinco páginas a escribir nueve es un logro muy grande para mí, so...)

En fin... Estaba muy felizmente trabajando a buen ritmo en los Secret Santa de este año (estamos casi a mediados de octubre y ya tengo completos 4 de 10... eso es un gran logro), pero un buen día me quedé estancada en el SS de Lina.

Ese mismo día se me ocurrió la idea para esta historia.

No hay mucho más que agregar: Siempre había querido contar cómo era la vida de Des con su familia, y cómo había sido la historia de sus padres, teniendo en cuenta que ella les guarda cierto resentimiento. Aquí ya sabrán por qué.

Además, descubrirán algunas otras cosas acerca de cómo vivían los alquimistas en Gaia, antes de la llegada de Des a Centra.

Fuera de eso, no más decir que la historia me sirvió para headcanonizar bien rico... Y darle una vida real a los padres de Des, que siempre me han gustado como personajes.

¡Espero que la disfruten!

Y ahora, los créditos:




Centra-Rifugxo: :iconrohiru:

Historia original: :iconrubymoon-faith:

Arik, Deirdre y Desdemona Ward: :iconrubymoon-faith:
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rlye's avatar
Waah *_________*